El sábado a las 4 de la tarde Marcos salió del trabajo, y se juró que este fin de semana sería distinto a cualquiera otro que hubiera vivido. Ya no tenía la necesidad de concentrar antes de salir a la cancha el domingo.
Para volver a su casa desde Liniers viajó dos horas - aún ese día se realizan protestas sorpresa, retrasándo y ganándose el odio de la gente que viaja para alejarse o llegar a algún lugar - hasta bajarse en la estación de tren de Merlo, a diez cuadras de su casa.
Cuando pasó por el kiosco de "Mari" sus amigos lo esperaban para comenzar la gira,como ellos la llamaban, "32 horas de carnaval". Se sentó en el cordón y se sumó a la ronda de cerveza que pasaba de mano en mano hasta que se secaba y aparecía otra bien fría. Esa esquina se convirtió en mítica, cuando a los 15 años conoció a Romina. Quizás por accidente o por esas trampas del destino, una calurosa tarde de verano, un Ford Escort último modelo frenó para comprar unos cigarrillos y preguntar como volver a la Capital. Los ojos de todos se posaron en las llantas de cromo y en el brilloso color negro del auto. Él quedo cegado por los ojos color miel que asomaron timidamente por la ventanilla trasera, y el sol hizo brillar los frenos de sus dientes. Fue en ese instante que la vida se eclipsó para retarlo. Con el peso de un gigante de cuentos medievales le cayó de golpe la imperiosa necesidad de cambiar su desprolijo estilo de vida. El hombre alto y de pelo muy corto volvió al auto, hechó una gélida mirada a la tribuna, que estaba perpleja ante la situación, y arrancó dejando la marca de los neumáticos en el asfalto. Cinco segundos más tarde, fue todo el tiempo que le tomó reaccionar, Marcos salió corriendo detrás del auto. Las burlas y los gritos de sus amigos, que no entendían que le había pasado, se escucharon hasta tres cuadras más lejos, cuando la velocidad del auto fue demasiada para él y lo perdió de vista. Creyó que se le escapaba la única chance de sentir que estaba vivo por primera vez en su vida. Su corazón bombeando demasiada sangre le pedía a gritos que frenara su marcha. Por unos segundos, ni él mismo comprendía porqué había recorrido esa distancia como si algo dependiera de ello. Cuando se volvía cansado en sus pasos pensando alguna mentira que decir, vio en el piso una tarjeta de color rosa y sin leerla la guardo en su bolsillo izquierdo del jogging. Poco tiempo después viviría los meses más felices de su vida y no gracias a una pelota de fútbol, sino a la relación con esta mujercita. Ella siempre le recordaba, que no tenían nada en común, excepto esa sensación en el estómago que otros llamaban amor. Como todos los grandes momentos de la vida duran poco, para Marcos no habría excepción.
Mientras el reloj sumaba segundos con su incansable andar, la ansiedad prolongaba la espera. No le gustó las caras en la mesa de su madre y de Rocío, la hermanastra de 12 años, que reprochaban su conducta. Ellas sabían lo que hacía los sábados a la noche.
En la pizarra de su mente la noche se dibujaba con palabras como previa cervecera, boliche de cumbia, siete de la mañana, dos horas o nada de sueño, y a la cancha con la banda.
"El Encanto" es el boliche de moda en la zona oeste. Después de tomar todo tipo de bebidas que le acercaban o le robaba a algún distraido, sintió que sus piernas no le respondían y se desmayo junto al mijitorio lleno de desechos. Pedro, uno de sus más viejos amigos, lo levantó y lo llevó hasta la puerta cargándolo como una bolsa de papas. Cuando el resto de la banda salío del boliche, notaron que le faltaba la campera de jean y el reloj. Marcos abrió los ojos gracias a unos sopapos, y se dejó arrastrar por sus amigos.
Finalmente se despertó en la cocina del bar de Enrique, todavía algo mareado reconoció el lugar. Lo esperaban con un bolso y una mochila, que abrieron sobre la mesa de la esquina, rincón que solían ocupar, y repartieron el material y las banderas.
Otra vez en el colectivo, con el sol impidiéndole abrir los ojos , camino al Monumental, empezó a despertar y a prepararse para el final de su viaje.
Como siempre sudaba mucho, por culpa del calor y porque pasar el cacheo era un momento de suma tensión, aún sabiendo que él no era del todo desconocido para los controles. En el anillo exterior, a unos metros entre el baño y el puesto de paty, repartió con sus conocidos y otro que traía dinero para no quedarse afuera. Se paró en el para-avalanchas habitual y al ver que la gente se abrazaba, gritó GOL!!!.
La tarde no iba a terminar sin otro momento de pura adrenalina, aunque no conocía esa palabra. Sobre el andén unos segundos antes que llegara el tren, sintió que le arrebataban la billetera. Respondió muy rápido y detuvo al ladrón, además de sacarle el reloj. Se acercaba el fin de lo que para él era esa nueva aventura que planeaba toda la semana, y que sin darse cuenta las vivencias se le escapaban en fracciones de segundos y no se alamcenaban en su memoria.
No sabe si fue el viento que entraba por la ventanilla que lo despertó o la luna que empezaba a salir e iluminaba su rostro. Se paró y fue a sentarse en el fondo del vagón, con las manos rodeando sus piernas y la cabeza entre ellas, haciendo fuerzas para no llorar. Todo su cuerpo temblaba y un frío lo recorría hasta lo más profundo de su alma. Era la hora de volver a las humillaciones de su jefe, al miedo ajeno al verlo acercarse, al ser un fantasma en la ciudad . Ese era el fin. Sufrió una muerte cerebral y no menos virtual que la cotidiana. Sin señales oníricas que lo invitaran a soñar, sin momentos de silencio para escuchar la música, sin olfato para oler la comida y sin el tacto para sentir en la piel los placeres pecaminosos. Las imágenes se sucedían en camar lenta, los colores empezaron a dejar lugar al gris que empujaba desde la derecha hasta que se perdió por el otro extremo y luego el negro se apoderó de la pantalla.