martes, noviembre 03, 2009

PASEO II

Algunas veces cuando hacés algo no creés que es realmente malo, fuera de lugar, inapropiado, peligroso para tu vida, tomás decisiones sin medir las consecuencias. La verdad es que aún hoy tampoco lo creo. Pero dejando de lado esas impresiones debo contar que fue inusual la llamada que recibí de Francisco a las 3 de la tarde, cuando él usualmente duerme la siesta.

Cerré el libro sin marcar la página, para no perder el hilo, ni recuerdo el número, pero por primera vez en mucho tiempo sentí un dolor en el pecho, casi como cuando nos fuimos al descenso.

Bajé de la terraza y busqué un bolso, metí una sobre otras las remeras y unos jeans y un par de zapatillas. Cuando miré la biblioteca casi lloré debo confesar, seleccionar una parte de mi vida era terrible. Me acompaña Julio, Gabo, Fiodor, Aldouxs, y algunos más que me habían impactado pero ahora no recuerdo sus nombres, la cosa es que entraron menos de un cuarto y eso me dobló el alma.

Lo llamé a Pedro y le di mi remera con la cara del Indio, mi gorra con el escudo de Chicago, mis gafas negras y unos jeans rotos que usaba todos los días, y le pedí que fuera hasta la almacén de su homónimo y comprara algo de fiambre y unas birras. Atrás de la puerta tenía el bolso, así que  cuando dio la vuelta a la esquina salí con un traje, corbata, zapatos y un sombrero estilo bombín en dirección contraria.

Mientras no sabía lo que hacía, hojeé por millonésima tercera vez la revista, te juro que releí la nota hasta quedarme dormido. Sólo y no es una excusa ni para demostrar debilidad, pero había escrito lo ocurrido, a José lo baleó un amigo de K, un comisario de esos que les cabía el perdón y otras boludeces.

Todo era tan nuevo, extraño, divertido, excitante, era como vivir un sueño, así que camine por los puestos que venden postales y otras inútiles cosas para gente a la que nunca le iba a enviar siquiera un pasquín. Caminé horas, no sé cuantas, tampoco vale la pena contarlas, pero agradezco a mi sueños, a  mis horas de lectura, a la influencia de mi amiga “la maga”. Supe que estaba en el lugar que más de una vez había recorrido con la imaginación suya y con la mía. Debajo de mis pies el piso es de madera y la baranda de hierro verde, c’est la vie, je suis en le Pont des Art.

sábado, octubre 24, 2009

Paseo

Era una tarde de fines de primavera en Madrid, y no fuimos al rastro porque era lunes o martes 13 o algo así. Nos paramos para la foto en el km 0, recorrimos la gran vía, nos tomamos el metro y pasamos por el bernabeu, anduvimos por nuestro lavapies escuchando a Silvio, entramos en un par de librerías, pasamos por atocha y por el reina sofía. Nos atropellaban las palabras, en su boca eran una canción de Sabina de la mía salía El bicho, y entre palmas y risas, nos bajamos unas cañas en varios bares que no recuerdo ni como se llaman o donde quedaban. Le dije yo no quiero 14 de febrero y ella me respondió demasiadas cervezas. Sólo estoy seguro de que lo soñé.

domingo, agosto 16, 2009

Glorias Tomadas

Era ya pasado el mediodía cuando llegué al restaurant de la esquina, ese que siempre digo que tiene pinta de bar.

Cuando entré había una mesa vacía para dos contra la ventana casi del fondo. Miré la carta y pedí.

En una mesa para dos contra la pared que divide la entrada a los baños, de el salón, estaba Marcos. Al cumplir los 15 años lo vinieron a buscar de River de Buenos Aires. Era muy hábil con el balón, recuerdo que tenía un vecino que siempre le decía que lo iba a llevar a Boca a través de un contacto importante, pero él siempre le decía que ni por un campo de un millón de hectáreas traicionaría su amor por River. En el partido que era la final de la liga contra los esnobistas de Banfield, la rompió, marcó 3 goles, asistió en otros dos y hasta lo aplaudieron los paquetes del pueblo de al lado.

Marcos tenía una noviecita, claro que todos los chicos del pueblo la invitaron a salir y Melisa siempre se negó, hasta que un día después de una pelea contra un busca pleitos de la escuela, Marcos le demostró que no era ningún cobarde y le pidió que lo acompañara a la nueva heladería del pueblo. Desde ese día todo el pueblo lo envidió, pero nada podía contra el amor que estos dos se tenían. Justo después del partido estaba todo preparado para que Marcos y Melisa se fueran a triunfar a Buenos Aires, pero ella recibió la carta de un pariente del Norte diciendo que su abuela estaba muy enferma, y sin dudarlo un instante, hizo las valijas y partió. Desde ese día Marcos empezó a frecuentar gente de mala calaña, mayor que él, que lo llevaba a diferentes pueblos a jugar por dinero al fútbol, poker y otras artes. Ayer cuando lo vi en el rincón del bar con una copa de ginebra en la mano y la botella casi vacía contando a algún turista de ocasión, sus días de gloria riendo sin sonreír, y saludando a la gente que pasa por su lado y que ya no desea reconocerlo, a pesar de que lo conocen desde que nació, me acordé que mi amigo es el borrachín del pueblo.

lunes, junio 01, 2009

El hombre misterioso

Esa noche dejó el trabajo con el paso cambiando de ligero a rápido y aumentando su velocidad a través de cada metro transitado. El paragüas se dio vuelta desojándose como una margarita a los pocos metros que salió del edificio. Su pie derecho se inundó en el agua podrida del cordón con la misma certeza que el titanic, y el piloto se ajeó en la espalda. Pero nada lo detuvo y en pocos minutos llegó a la estación Lima. Algunos le dirijieron miradas cómplices, intentando hacerle saber que ya han pasado en otras ocasiones por esa situación y otros tan sólo lo despreciaron por su aspecto andrajoso. A su derecha sentado había un hombre que miraba de reojos a cada uno de los pasajeros. Éste vestía un traje oscuro, un sobretodo azul oscuro, zapatos negros, peinaba canas y bigotes nevados, y entre sus manos tenía un paragüas negro de mango largo. De todos los que estaban sentados era el único que no dejaba leer el título del libro que estaba leyendo. Luego de algunas paradas el vagón se empezó a vaciar y él se pudo sentar al lado del hombre misterioso. Todas las noches se repite la situación de mayor controversia y tristeza cuando niños descalzos pasan entregando papeles, saludando con un beso a las mujeres y con varios choques de manos a los hombres. El instintivo hecho de decir “no” ante tan repetitiva situación, llamó la atención cuando el hombre aceptó el papel con un gesto adusto y sin emitir palabra. El subte siguió su recorrido y al volver para recibir una moneda de los pocos pasajeros que quedaban, el hombre misterioso sacó una pequeña billetera donde dejó entrever algunos billetes de alta nominación y con uno de dos pesos en mano esperó por el chico. Desde ese momento y hasta que subí al colectivo no dejé de pensar el viejo dicho “cuando la limona es tan grande hasta el santo desconfía”.

miércoles, enero 07, 2009