lunes, junio 01, 2009
El hombre misterioso
Esa noche dejó el trabajo con el paso cambiando de ligero a rápido y aumentando su velocidad a través de cada metro transitado. El paragüas se dio vuelta desojándose como una margarita a los pocos metros que salió del edificio. Su pie derecho se inundó en el agua podrida del cordón con la misma certeza que el titanic, y el piloto se ajeó en la espalda. Pero nada lo detuvo y en pocos minutos llegó a la estación Lima. Algunos le dirijieron miradas cómplices, intentando hacerle saber que ya han pasado en otras ocasiones por esa situación y otros tan sólo lo despreciaron por su aspecto andrajoso. A su derecha sentado había un hombre que miraba de reojos a cada uno de los pasajeros. Éste vestía un traje oscuro, un sobretodo azul oscuro, zapatos negros, peinaba canas y bigotes nevados, y entre sus manos tenía un paragüas negro de mango largo. De todos los que estaban sentados era el único que no dejaba leer el título del libro que estaba leyendo. Luego de algunas paradas el vagón se empezó a vaciar y él se pudo sentar al lado del hombre misterioso. Todas las noches se repite la situación de mayor controversia y tristeza cuando niños descalzos pasan entregando papeles, saludando con un beso a las mujeres y con varios choques de manos a los hombres. El instintivo hecho de decir “no” ante tan repetitiva situación, llamó la atención cuando el hombre aceptó el papel con un gesto adusto y sin emitir palabra. El subte siguió su recorrido y al volver para recibir una moneda de los pocos pasajeros que quedaban, el hombre misterioso sacó una pequeña billetera donde dejó entrever algunos billetes de alta nominación y con uno de dos pesos en mano esperó por el chico. Desde ese momento y hasta que subí al colectivo no dejé de pensar el viejo dicho “cuando la limona es tan grande hasta el santo desconfía”.