jueves, septiembre 11, 2008

Mañana lluviosa

Era una mañana de primavera con síntomas de invierno. Cuando salió de su casa se cruzó con gente caminando rápido y con paragüas. En esas tres cuadras caminando se fumó casi un atado de cigarrillos. Al llegar a la parada del colectivo la lluvia era intensa y caía en diagonal dirección sur. Levantó el cuello de la campera y hundió su cabeza entre los hombros para esconderse del frío. Al subir al colectivo abarrotado de gente enfiló hacia el fondo, atravesando el pasillo con paragüas semiabiertos y mojados y mochilas en el piso. Algunos de los pasajeros refunfuñaban mientras pedía permiso y otros no permitían el paso alegando que no había lugar más atrás. Entre algunos empellones y codazos logró llegar hasta la fila del fondo, donde todos los ocupantes estaban durmiendo o simulando la acción, algunos con los auriculares de sus radios explotando en sus oídos.
De derecha a izquierda estaban sentados, una señora de 60 años con unas agujas de tejer y un bollito de lana verde. A su lado una adolescente vestida de negro de pies a cabeza, el flequillo le tapaba los ojos azules que divisó en un descuido y que embellecían su nariz repingada y sus labios carnosos. Al lado de ella un andrógino fisico culturista que tenía una musculosa amarilla fluorescente. El cuarto en la fila era un oficinista de traje gris con gafas de alto aumento y un maletín entre sus piernas. En el extremo opuesta de la fila con la ventanilla abierta casi en su totalidad, resaltaba con su presencia la mujer de unos treinta y pico que vestía un trajecito de diseñador color beige con una cartera del mismo color sobre la falda. Estaba cruzada de piernas provocando la completa atención del oficinista y sus ojos lo delataban porque su mente la imaginaba en su depto de un ambiente en Once.
Mientras en su mente se dibujaba “La ronda de noche”, el hermafrodita lo perforó con la mirada, balbuceó algunas palabras en idioma orangutan y le lanzó una botella de agua semivacía. En menos de un segundo se avalanzó agarrándolo de la musculosa y lo lanzó hacia el medio del pasillo y aterrizó encima de éste para golpearlo hasta desangrarlo con una edición ilustrada de crimen y castigo.

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